El volar de las letras

Curioso. 7:30 de la mañana de uno de los días en el que sueño me ha acompañado más tiempo que los últimos meses.

Abro los ojos en mi solitaria habitación, llena de penumbra. Tan solo iluminada por los rayos de un sol fresco que se cuelan por las juntas de la persiana. Y observo algo de los más idílico que haya. Veo como del ordenador parte una llamarada fantasmal desde donde las letras empiezan a volar dirección al Ateneo. Observo cómo pasa lo mismo en los dos libros que yacen en mi mesilla de noche. Sus letras, sus palabras se desvanecen por las paredes asolando más si cabe la estancia donde habito.

Es como si todo fuera a prepararse por sí solo cual magia de los mejores magos. Como si estuviera seguro que allá donde se posen las letras, formando las palabras, será en el mismo orden que un día me atreví a escribir y muchos de ellos a soñar.

Y es que es lunes. El cronómetro de la cuenta atrás ya empezó a restarle segundos a la vida de esta semana. Curioso es que nunca veía llegar el lunes de la semana donde “Amor, una moneda de cara y cruz” va a ser presentado. Mi segundo libro. Será en el Ateneo de Cáceres, el viernes a eso de las 19 horas.

¿Se puede elegir acaso mejor entorno?

Y este viernes será el segundo día (de los bonitos) más importantes de mi vida después del día de mi nacimiento. Por muchos motivos que no ha lugar a explicar por extender un escrito que tan solo pretende dar aviso de la presentación haciéndolo extensivo a todo aquel que quiera venir.

Y aunque ya estuve en la Feria del Libro, prefería convocaros en otra fecha que fuera muy especial. Y la elegida lo es.

Un libro menos intenso que “365, cuando el amor es amor”. Mucho más maduro y que me coge en mejor época que hace dos años, donde deambulaba recién llegado a mi Cáceres sin saber cómo iba a ser mi adaptación a la ciudad que me vio nacer.

Os invito a que presenciéis una presentación diferente de un libro diferente, escrito por un autor diferente. Como veis, si sumamos todo eso, el resultado será algo que va a ser diferente. Eso seguro.

Será una presentación muy participativa, vista desde diferentes puntos de vistas. Desde otras cabezas que generan más y mejor arte que yo. Será sinceramente algo brutal. O así lo deseo yo.

No estará la protagonista del libro anterior. Pero habrá más musas presentes, aunque alguna no sea corpóreamente.

¿Me conoces? Acompáñame.

Esto va de musas

Esto va de musas. Creerme, yo no tengo arte. Yo tan solo abro un corazón humilde y escribo de quien me sonríen, que por cierto, son muchos.

Esto va de musas y musos. Va de esas ganas de expandir sentimientos a los demás. Va de agradecer hasta a la gripe que me conceda el honor de rubricar palabras por ella.

Esto no es magia. Es pura pasión en querer generar sonrisas y las más amplias son las mías cuando algún amigo me dice: “que bello”.

Eso pasó el viernes en la Feria del Libro donde este incauto inculto fue capaz de juntarse en una mesa con un decano de la escritura, Alberto Navalón, y con una mujer a la que tendríamos que inventar adjetivos para definirla, Raquel Preciados.

¿Que no hubo mucha gente?

De almas el salón estaba ahíto. Olí a Espronceda, Bécquer, Neruda. Pero sobre todo el salón rezumaba el aroma de Mercedes. Vi también a padre, madre y Estíbalitz. Ella puesta de largo pues ya sabía de que parte de mi manuscrito versaba sobre mi tristeza a ella.

Yo me perdía en un guion que dominaban con maestría Alberto y Raquel. Y que ellos sabían de mi emoción, de mi nostálgico discurso. Se añadió una emocionada Charo Mejías.

Ataqué sin aviso a mi Rakelina para que subiera a leer algo que un día me atrevía a escribir en honor a su madre. Y ella, a sabiendas de la emoción, aceptó el reto.

Conocí gente nueva. Gente de esa que suma. Gente a la que asir para que no escape. Esa gente que atónita me ve locuelo y me sonríe.

El viernes arañé minutos a la vida. Creí y crecí. Lloré y sonreí.

Y que más puede pedir un conato móvil de escritor al que algunos en su sana locura auspician en sus brazos abiertos.

El viernes volví a ser feliz… aunque cometieras el delito de irte con 48 años.

Nos vamos a la Feria… del Libro

Y es que uno va de sueño en sueño y quizás algunos de ellos ni fueron soñados por escaparse estos mismos a las manos del que escribe.

Si os soy sincero, yo jamás pensé e escribir un primer libro. Y es que también jamás pensé en escribir un segundo libro. Y ya algunos benditos locos, me ven por la calle y osan llamarme escritor. No sé si en plan de coña o lo dicen locamente en serio. Pero sea de una manera o de otra, se equivocan.

Tan solo me limito a plasmar sentimientos.

Estoy nervioso, los estoy. Por dos motivos que engrandecen mi ego este fin de semana. Uno es que, creo que mañana tendré en mis manos a mi segundo hijo que, con ayuda de mi “más mejor amigo” (haciendo émula a la mítica frase de Forrest Gump) le pusimos el nombre de “Amor, una moneda de cara y cruz”.

Y el segundo motivo es que este viernes a eso de las 18 horas pisaré la caseta de la Feria del Libro para presentar en sociedad a éste mi segundo hijo. Y ver como se pone de largo el primero, “365, cuando el amor es amor”.

Todo es porque un día abrí el cajón desastre de mi escritorio y rebosaba de papeles llenos de letras, palabras. Salía del mismo un aroma de nostalgia que me hizo pararme y ver qué había en todos esos recuerdos. Y no fue difícil decidir publicar un libro.

Consulté a mis cercanos y estaban de acuerdo conmigo en que había material precioso para crear intensidad al lector. Para hacerlos viajar allá donde yo me hubiera propuesto, e incluso hacerlos llorar, como hice cuando revisaba tantos y tantos escritos.

Decidí confiar para mi presentación en dos grandes de Cáceres. Un imprescindible en mi vida ya, Alberto Navalón, escritor de renombre. Y también a la bellísima Raquel Preciados de la que siempre solo veo una sonrisa postrada en su cara y es muy fácil trabajar con ella.

¿Por qué ellos?

Porque creo que en este mundo jamás estaría mejor acompañado por nadie. Porque son mis amigos. Porque son luchadores y sé que son sensibles.

Y por supuesto también agradecerle a TAU Editores que lo ponga tan fácil.

Va a ser la primera vez que esté en un ámbito tan importante y serio. Y ello me provoca nervios. Pero sé a buen seguro que saldrá bien.

Sí, ya me voy acostumbrado a estas cosas porque ya las he hecho. Pero una Feria del Libro en Cáceres impone. Y sabéis que yo me encuentro mejor en cualquier acogedor salón de actos, como así pasará a lo largo de este año, donde todo dependa de mí. Donde lo único que se respire sea magia. Donde nos miremos a los ojos y riamos, cantemos o lloremos.

Y aunque sea la Feria del Libro, tengo en mente una pequeña sorpresa que no sé si será triste o alegre. Pero sí sé que será emotiva. Y lo voy a hacer.

Llorar al viento, llorar por ti

¡Maldito diez de abril! Tenías que no haber existido jamás.
Triste y roto mi corazón se queda por tu último vuelo,
hoy te rindo toda la pleitesía del mundo por tu gran valor,
por la entereza con la que te enfrentas a la muerte, sonriendo.

Ni el viento es capaz de sacarme una sonrisa como las de otrora,
ni el sol me alegra cuando me dice que está viendo tranquila.
Me ha dicho la luna que bajará en la noche a susurrarme versos,
versos que hoy no puedo componer, si acaso fuera yo compositor.

Hoy te lloro en la rota tristeza por tu último viaje sin retorno
y te sonrío al recuerdo de anécdotas e historias en común
aunque el destino de la vida nos haya separado eternamente,
y el tiempo en la distancia no afectara al recuerdo de tu sonrisa.

Se me va un amor de la infancia, de eso que un diario rememora,
ese que con  gracejo bajaba la cadera con el balón entre las manos
en esos corrillos deportivos en mitad de una pista de baloncesto;
te recuerdo sonriendo, rebelde, con tu crítica irónica hacia mí.

Le doy gracias a ese Dios que hoy odio por la unión que nos brindó,
el poder recuperarte este último año y medio en mi regreso aquí.
Le doy gracias porque tu sonrisa es para recordarla eternamente,
pues es níveo blancor es para marcarlo a piedra en corazones.

Me regalaste presencia en mi tertulia, la cual pude inmortalizar.
No recuerdo si tú elegiste tu sentada o ya estaba electa por mí,
pero te vi bella, te vi radiante y sobre todo te vi una gran mujer,
no hacía bien mi trabajo pues tan solo giraba el cuello hacia ti,
sabiendo a ciencia cierta que la tortícolis hará su presencia.

Envidio a tu familia que hoy llora, por haberte disfrutado a diario,
por haberte tenido en todos y cada uno de los días vividos,
pues si otros lo hemos hecho en ratos más corto y es alucinante,
el hacerlo en un constante diario lo hace convertirse en eterno.

Hoy las lágrimas brotan en cascada, como ya me pasó una vez.
Hoy darte homenaje se convierte en tarea imposible de llevar,
hoy el teclado desparece de mi escritorio por tantísima tristeza.

No entiendo a este mundo que arranca de las margaritas
a las personas más estupendas que se hayan podido ver,
y a otros, fíjate en mí, se les regala el don de esta vida.

Begoña Caparrós, magistral arte y cultura

Tenía que retomar mi rincón, donde yo me siento cómodo, montando mis “instalaches” y contactando con alguien del mundo del espectáculo, porque otros proyectos me absorbían en su intensidad. Y qué mejor que hacerlo de manos de Begoña Caparrós.

Cuando empecé a estudiar esta entrevista tuve mi miedo de saber que no estaría a su nivel. Pero satisfecho me he, pues creo que ha sido un viaje precioso, donde creo que si ella ha disfrutado, yo me he emocionado.

Gracias, Begoña.

Estos de las redes…

Reconozco que la presencia de la tecnología, comparado con treinta años atrás, acomoda nuestras vidas y rentabiliza el tiempo. Pero, por el contrario, pierde romanticismo.

Antes, cuando se escribía un libro o cualquier cosa, cogías un bolígrafo y un cuaderno, o simples hojas y empezabas la “verborrea impresa” de aquello que quisieras escribir. Para después irte a la pesada máquina de mecanografiar y plasmar en papel ese dictado mental para dejarlo curioso en letra y forma. Aunque, si el escrito era extenso, nadie te libraba de tener que tirar, por errores, hojas a la papelera y volver a empezar.

Y si eso ya genera su nostalgia, dónde queda la pluma y el tintero, que en mi caso pocas veces usé, pero sé de cercanos a mí que si lo han usado. E incluso algún romántico clásico, sigue en la brega de no perder esa costumbre.

Acepto la tecnología, siempre me ha gustado. No soy docto, pero mal no me defiendo. Tanto así que en algún documento en alguna carpeta de mi casa figura algo como que tengo título de diseño web. El resto de lo poco que sé es de ámbito autodidacta.

Y en lo referente a la escritura, con mi primer libro, pensé que me gustaría tener algo de el en alguna memoria digital de estas recurrentes a la url. Y me dije que no volvería a escribir un libro, no porque no me guste escribir, pues lo sigo haciendo, sino por la dificultad de su edición y que, al no ser un Neruda, adquieres la consciencia de que no es rentable. Siempre dije que pintores y escritores son famosos después de su último viaje.

Por ello creé una web referente al libro. Craso error el mío por no prever el futuro o por no creer que se puede seguir soñando tras haber tenido un sueño precioso.

Me reía de y con mis amigos cuando, al término de este primero, me llamaban escritor. A lo que yo con ironía respondía que no por matar un perro soy mataperros. Y con el segundo en las puertas, al final voy a tener que callarme en la ejecución de esa expresión.

Entonces ahora y desde un pensamiento que procede de una cabeza que falla como escopeta de ferias, por no tener una web de cada libro que publique, pensando en el futuro, pues ya me lo creo todo, ayer terminé mi web, la del escritor donde figuran mis escritos, mis cositas que hago con cariño y un poco más de mi vida para mostrar al mundo. Teniendo en cuenta que no quiero, ni debo, ser ejemplo para nadie. Sería na ruina. O si se puede, sirva el ejemplo de lo que no se tiene que hacer.

Y vengo aquí, a mi rincón de “El Disonante” a presentaros la web en la que llevo meses trabajando. Trabajo que desencadena un resultado que yo entiendo vistoso y hasta bonito. Y es que la verdad, con estas cosas de tecnología, se pueden hacer aunténticas maravillas. Ahora solo hace falta que el protagonista de la web llegue a la calidad de la misma, aunque esté hecha por el mismo protagonista.

Señores y señoras, con ustedes la web de Javier Romo Escritor:

http://javierromoescritor.es/

Enfrentado a las letras del alma

Postrado ante el escritorio que jamás escribió una letra,
enfrentado a un portátil cada vez más estanco en su sitio,
con la música de antaño; antaño y tan solo pasaron dos años,
con el corazón aséptico, de eso que algunos llamaran amor
intento mirar a mi interior para poder marchitar mi alma
y ser capaz de enlazar las palabras que ya casi no salen.

Miro a un pasado no demasiado remoto pues parece presente,
a ese pasado que me enamoró en cualquiera de sus definiciones
y que ahora me entristece por la distancia entre muchos creada
que pudiera ser solventado en el mundo digital actual con un toque
y con una respuesta que cada vez tengo más cierto no se producirá,
tan solo para haber dicho: todo esto empezó contigo, con intensidad.

Ahora me veo en el hallazgo que lo que surca por debajo de mi axila,
aterido y abrazado a mi cuerpo para proteger de cualquier exterior
que viniera a ajar con dolor, es mi segunda obra, dicen literaria
aunque no me veo definido, ni inmerso en ese falaz gran adjetivo.

Me enseñaste a andar y anduve a tu lado, de tu mano, sin miedo.
Me enseñaste a saber qué es la intensidad de dos formas diferentes:
la mía por eso de lo que llamabas, crear y a mí me producía miedo;
la tuya, brutal, porque siempre fuiste así, al soportarla sonriendo.

Me enseñaste a andar solo y anduve solo y aún sigo haciéndolo,
quizás ya con la sonrisa perdida en la distancia por aquello asegurado
cuando los dos sabíamos que el tiempo no iba a ser jamás eterno
aunque quizás uno hubiera deseado mayor largura al sueño efímero.

Me enseñaste a andar y sigo andando pero con mayor miedo presente,
tanto así que a veces me rebelo al progreso de mi caminar en la vida
sabiendo que igual lo que quiera venir sea bello, y seguro que así será,
con el miedo de que la felicidad futura tape lo que un día yo viví.

Rómpeme el alma

Rómpeme el alma ante el intento de no fenecer
en el reconocimiento del significado de perfección pura.
Rómpaseme la vida si en algún momento cometo delito
del olvido al recuerdo de la maravillosa foto del titular
que yace ahora en mi corazón, ese que alberga tanto amor.
Rómpanse todos los cánones o reglas al definir qué belleza es
pues si Dios creó la perfección, a buen seguro, estabas en su mente.

Elimínese cualquier creación de la vida pues tu molde ya rompiose
y te dejaron como hecho fehaciente de que la perfección dicha existe,
que esa perfección solo se entiende si alguien alcanza a ver tu cuerpo
a entender ese milagro al que yo llamo suerte y el día de la foto la tuve.

Y es el puto instante que me obnubila, donde yo te veo, te ataco
de la manera más perspicaz para que sucumbas a la petición del enfoque,
y tú, sutil, suave, íntegra, con la mayor de las bellezas irracionales del mundo
tan solo digas: “jo, siempre salgo con el cigarro”. Y yo feliz vuelva a posar contigo.

Porque Soraya, el que tuvo ese momento, fui yo. Yo tuve la suerte de posar contigo.
Y créeme que es suerte. Pues tan solo el instante de estar contigo, es suerte.
Porque ya deseo encontrarme algún turista perdido ara llevarlos a tus terrenos.

Porque si alguien me preguntara qué es perfección, diría con honestidad
Tú.

Porque cuando tú sonríes, yo fenezco. Y créeme que fenecer pensando en ti…
mola

Levantarse inerte para fenecer feliz

Abrazárame la vida en mi intento de deambular hasta la soledad infinita donde uno dormita y encontrarse calle abajo a dos personas con intención, tan solo, de conocer el Cáceres antiguo, el que enamora de corazón. Ofrecime a ser su guía. Inepto, inculto, no sabedor de la tierra que pisa pero así fui aceptado.

Jóvenes joviales, ibicencos de los buenos. Sencillos y tratables. Seamos sinceros, ella con una belleza brutal, baja de forma por un ataque gripal que le mermaba facultades en su sonrisa. Él… digamos que simpaticón, gracioso y charlatán como yo.

Variárase pues mi destino torpe a la comida diaria, al reflejo de la pantalla de algo que hoy no deseaba, donde dos extraños hacen que mi cara se rompa en dos por una sonrisa eterna.

Fui mostrando esa parte de la “Old Town” donde caballeros con bellas armaduras, antaño, debatían qué es la vida y que la muerte. Pisábamos piedras que ni, quizás, el mismo Colón hubiera pisado, donde yo presentaba mi desnudez cultural y donde ellos la notaban y aun así sonreían. Y eso hace feliz al ignoto imbécil que presume de tener algo grande y desconocer de la grandeza de la piedra pisada.

Indiqueles un sitio adecuado para gestionar sus estómagos. Sitio que con gracejo se nos prohibió la entrada en barra pero se rectificó, así lo hizo Paco, el gerente al ver mi imagen.

Gente de bien, creedme. Quizás no vuelva a verlos, o quizás sí. Ahí amplia culpa es el destino. Gente de esa que te enamora con la sola presencia de ser natural. Gente que te emborracha de amor.

Y lo curioso es que a la despedida, ellos me declaraban abiertamente las gracias. Y son ellos quienes no se dieron cuenta que me hicieron vivir. Retornar a algo tan maravilloso como es la vida.

No sé si les gusté, o si no lo hice. Lo que sí sé que los adoré, en todo este recorrido que cualquier guía hubiera hecho en mejores condiciones que yo. Pues ahora me debato en mi ruina de reconocerme escritor, pues el tema de tener un libro queda obsoleto.

Roberto y Bea, habéis sido la ilusión de un bohemio que quiere intentar escribir. Gracias por el paseo donado.

Cuando Cáceres se enciende, mi voz se apaga.

Locuras por ídolos

Tenemos ídolos y nos pasa a todos. Porque si no fuera así, moriríamos en el hartazgo de la tristeza y de la rutina. Por eso debemos tener ídolos.

Yo tengo varios de ellos. Tíos y tías de la hostia. Merecedores de que le salga bien todo y que le futuro les depare lo mejor en su vida o en su trabajo, aunque les soñemos a diario, aunque no seamos parte de esas vidas.

Tenemos ídolos que, los cabrones, son perfectos o así nos parece a nosotros. Es lo que nos llega. Que tienen una vida fantástica y quizás no lo sea tanto, pero para nosotros son modelos a seguir.

Tenemos ídolos. La mayor de las veces actores, actrices. Ídolos de los que no nos cansamos ver pelis, que conocemos al dedillo, que si fueran mudas, doblaríamos a la perfección por el conocimiento de la obra.

Tengo ídolos. En mi mundo. Mi vecina, mi amigo (da igual el nombre), el camarero. Pero también sueño con esos mis ídolos del teatro donde últimamente me he adentrado y me produce pasión. Y no solo pasión, sino recuerdos.

Pero la diferencia entre mis ídolos y yo es que el último falla como escopeta de ferias y no es la primera vez que uso el término.

Recuerdo cosas que jamás le pasaría a nadie y lo llevo en mi alma. Tarde noche en Cádiz a la espera de ver una obra, por cierto, preciosa y que ya he visto varias veces, y que deseo ver más del triple de veces que ya la he visto. Y no por ver la obra, sino por adorar a mi “ídola”.

Sea Sevilla, Cádiz, Madrid, como así ha sido. O fuera el mismo Cáceres que me ha puesto vayas para traerla y me ha sido imposible. Y no por ver la obra, ni porque la vieran los cacereños. Obra que aconsejo ver. Sino por el mero instante de la sonrisa eterna y entera, por el guiño que dure un efímero instante donde yo vuelva a caer enamorado de tantísima belleza inalcanzable a un cincuentón.

Tenemos ídolos y yo tengo la suerte de contactar con ellos. De decir y prometer visitas que me encantaría hacer, pero que la agenda idiota me rompe en cualquier momento, y no puedes acudir al encuentro prefirmado. Y se te rompe el corazón. Insisto, no por la obra. Por el puto momento donde ella me sonría y eso me dé la vida necesaria para seguir viviendo esta vida insulsa.

Tenemos ídolos, porque si no, morimos. Ídolos que jamás nos fallan y a los que fallamos a diario de la manera más idiota. Falta a una cita y no por el intento de comunicar la ausencia.

Os cuento, tengo una ídolo, que aunque me dejare de hablar seguiría siendo mi “ídola”. Así me pareció hace años, cuando no me conocía y le pedí a un amigo que me la presentara. Y lo hizo. Y la entrevisté. Y me lo pasé yo mejor que ella. Cuando le contaba historias de furgoneta color extraño… y sentía que ella se emborrachaba de nostalgia, pero no se daba cuenta que yo me emborrachaba de amor a ella. Y no hablo de amor sexual, ni marital. Hay muchos más amores en esto que nadie entendería.

Tengo ídolos y no soy capaz de corresponder. Ver un musical de Juan Carlos Martín, una obra de Juan Messeguer, un acto íntimo del maestro Santi Senso, ver a Tito Valverde o Juanjo Artero… La hostia

Pero ver “Toma tu puta caña” donde una mujer, hecha y derecha, se enfrenta a una voz argentina en la radio, es lo mejor de esta vida.

Y uno intenta buscar un hueco, del tiempo infinito que dispone por no tener trabajo, y un dinero que cuenta a cuenta gotas… y se hace una ilusión, una promesa de ir a ver a mi “ídola”, y sin embargo, la vida varia en minutos y uno tiene que cejar en el esfuerzo de ir a hacer esa visita. No por la obra, preciosa. Sino por el rato disponible de esa mi ídolo me pueda brindar.

Y quizás no entendáis nada. Pero, creedme, me da igual. Solo quiero que me ídola entienda que me compró como rifle y fallo como escopeta de ferias. Que lo curioso, ahora lloro y casi no puedo escribir. No por la obra, que es una pasada. Sino porque el se ha perdido el rato con ella he sido yo.

Tengo ídolos a los que amo. Llámese Néstor Barea, Laura Barba, Alex Tormo. Por decir de los tangibles. Tengo ídolos, mi padre, mi madre o mi hermana… que ya son intangibles porque están arriba. Pero tengo un puñetero ídolo, ídola, con la que alucino siempre aunque se aleje de mí por este escrito. Pero es para quererla, para amarla como lo hago siempre y es para verla encima de un escenario donde ella “reina”.

Tengo una “ídola” a quien le escribiría un libro pero ya me da miedo la regañina por este escrito. Tengo una “ídola” de la que te recitaría su obra pero deseo volver a verla. No por la obra, sino por su abrazo.

Pero lo más triste es que los sueños vitales a veces no se cumplen. Y sigo soñando con ella. No con la obra