El saxo calló por siempre

Y en una fría tarde de finales de febrero me llega la triste de noticia de que tu saxo ya no volverá a sonar… Y lloro como niño que se queda sin padre. Amargamente, a destajo y sin rubor porque alguien me vea. Es más, prefiero que me vean llorar tu ausencia, que vean cuánto dolor me causa saber que ya no estás aquí.

Para mí lo fuiste todo. Y si echara la vista atrás, creo que habría historias, historietas y, por supuesto lecciones de vida que siempre me diste con esa sonrisa sibilina, de auténtico docto a un joven alumno que se perdía.

Recuerdo cómo papá me contaba que fue en su presidencia del cacereño cuando te fichó y la vida nos cambió a todos contigo. Recuerdo esas ansiadas comidas de la Casa de León, que no eran lo mismo si por algún motivo se tenía que notar tu ausencia.

Y recuerdo que en ellas, siempre intentaba sentarme al lado tuyo, a tu vera… esperando que desenfundaras el instrumento plateado para hacernos gozar de una sobremesa increíble.

Y es que eras mi ídolo. Mi referencia. Eras la sonrisa de cualquier reunión.

Llegaste de tu Salamanca a principios de los 70. En silencio, sin dar voces. Y te estableciste e hiciste de Cáceres tu ciudad y de nosotros, tu amigo.

La vida no te trato bien y ahí te pasó como a papá. La vida os arrancó de las manos a quien más queríais. A vuestras respectivas compañeras y eso os destrozó.

Dicen que empezabas a perder la cabeza y no me extraña, pues perder al amor de tu vida era para volverse loco. Pero al menos ya estarás sonriendo otra vez pues ya estarás junto a ella. Allí arriba, observando cómo nosotros, tontos, os seguimos llorando. Y es tan solo porque os queremos mucho.

Se me cruzan sentimientos… muchos. Y se me cruzan lágrimas a borbotones que hacen imposible la escritura. Se me viene a mi memoria tantos momentos de mi juventud contigo que aún lloro todavía más.

Hoy Cáceres entero está de luto. La música se queda sin su mejor saxofonista, los Reyes Magos ya no tendrán tu magia. Hoy habrá personas en cada rincón de la parte antigua y de la moderna llorando a quien durante toda su vida fue un ángel.

Y es ahora como digo siempre a los amigos que cogéis el último tren 8 y ya empezáis a ser muchos) que le des dos besos a papá y a mamá. Y sobre todo a mi hermana, Estíbalitz.

Y espero que cuando me toque hacer ese infame viaje, volvamos a sentarnos todos juntos a oírte “soplar” el saxo.

Feliz viaje, Asenjo. Gracias por tanto.

Y me dices

Y me dices que pare, que no te mire de esta forma,
con estos ojos que sonríen a tu paso cerca de mí,
y no te das cuenta de lo que me emborrachas de amor
a cada gesto, a cada guiño, a cada una de tus caricias.

Y me hablas al oído con esa voz tan dulce, tan tenue,
esa voz tan baja que casi nadie escucha, tan solo yo,
sin notar que esa corta distancia entre nuestros cuerpos
me enamora cada vez más incitándome a esa locura
que provoca todo tu ser en mí… y me sonríes.

¡Loca!

Que loco me tienes en un diario que cuando me alejo de ti
la tristeza me invade toda por no saber si habrá un mañana
en el que este “poetucho” vuelva a probar el gusto por verte,
por hablarte, por oírte, por sentirte y, por qué no, por amarte.

Es tarde, el lecho me llama a gritos requiriendo mi descanso.
Toca soñarte y si te sueño rezar para que este sea eterno y
anhelar ese mañana, otro día más, donde te vuelva a ver
y tú me hables, me acaricies o tan solo me lances una sonrisa.

Eso me vale.